sábado, 23 de marzo de 2013

S.O.S. en Alejandría.

 
El emperador Alejandro Magno, en alusión a su persona, a orillas del mar Mediterráneo, fundó la ciudad de Alejandría (Siglo III a. C). Allí, Tolomeo I creó una  biblioteca que albergó  cerca de un millón de   rollos  manuscritos en papiros. Un  voraz incendio la destruyó y entre sus ruinas perduró latente un S.O.S, en demanda de  auxilio.
 

Jorge Luis Borges, en un artículo periodístico, afirmó: “Quemar libros y erigir fortificaciones es tema común de los príncipes." Frase cuyo contexto  apunta al emperador chino Shih Huang Ti (260-210 a. C)  quien levantó la emblemática muralla y  destruyó  todos los libros impresos con anterioridad a su mandato.

Ingresar en el universo de la literatura y sumergirse en la lectura puede provocar un sinnúmero de efectos o ninguno. Bien dijo Séneca, filósofo hispano-romano, que “no es preciso tener muchos libros, sino tenerlos buenos”.

Aquel S.O.S, cual eco lejano que surgió entre los papiros de la  biblioteca  Alejandrina, aún subsiste porque “un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona”. (Prov. Hindú)

Hoy,  la tecnología pone a nuestro alcance  la imagen,  la palabra y el  libro. Es una  realidad que haya tantos  textos como potenciales lectores. Plinio el joven, escritor romano, insinuó con convicción: “Leed mucho, pero no muchas cosas.”

Una atinada selección literaria reafirma el dicho latino “librum liberat.” ¡Sí!  La asimilación adecuada de un libro  nos libera de la desazón intelectual, de los prejuicios y de la ignorancia. ¿Por qué? Porque “los mejores compañeros en las horas desocupadas son los buenos libros”. (Prov. Árabe)