S.O.S. en Alejandría.
El emperador Alejandro Magno, en alusión a su persona, a orillas del mar Mediterráneo, fundó la ciudad de Alejandría (Siglo III a. C). Allí, Tolomeo I creó una biblioteca que albergó cerca de un millón de rollos manuscritos en papiros. Un voraz incendio la destruyó y entre sus ruinas perduró latente un S.O.S, en demanda de auxilio.
Jorge Luis Borges, en un artículo periodístico, afirmó: “Quemar libros y erigir fortificaciones es tema común de los príncipes." Frase cuyo contexto apunta al emperador chino Shih Huang Ti (260-210 a. C) quien levantó la emblemática muralla y destruyó todos los libros impresos con anterioridad a su mandato.
Ingresar en el universo de la literatura y sumergirse en la lectura puede provocar un sinnúmero de efectos o ninguno. Bien dijo Séneca, filósofo hispano-romano, que “no es preciso tener muchos libros, sino tenerlos buenos”.
Aquel S.O.S, cual eco lejano que surgió entre los papiros de la biblioteca Alejandrina, aún subsiste porque “un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona”. (Prov. Hindú)
Hoy, la tecnología pone a nuestro alcance la imagen, la palabra y el libro. Es una realidad que haya tantos textos como potenciales lectores. Plinio el joven, escritor romano, insinuó con convicción: “Leed mucho, pero no muchas cosas.”
Una atinada selección literaria reafirma el dicho latino “librum liberat.” ¡Sí! La asimilación adecuada de un libro nos libera de la desazón intelectual, de los prejuicios y de la ignorancia. ¿Por qué? Porque “los mejores compañeros en las horas desocupadas son los buenos libros”. (Prov. Árabe)
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