Esta expresión involucra multifacéticas situaciones y diversidad de sentimientos encontrados.
Aristóteles (384- 322), filosofo griego, en su obra titulada “Moral a Nicómaco,” en el libro cuarto, capítulo IX, argumenta sobre el pudor y la vergüenza.
A ésta la define como “el
miedo a la deshonra.”
Cuando uno se valora en su modo de pensar, decir y hacer, se estima
y aprecia. Si siente vergüenza por sus hechos, es la voz de su
conciencia quien lo enfrenta con su autoestima
y con el juicio crítico propio o ajeno.
La ponderación positiva de algo o de
alguien se da con el equilibrio del buen proceder y en armonía con el bien común. En cambio, una estimación errónea quebranta la sensatez.
Es obvio que uno se afane por “estar bien” porque eso le proporciona “un bienestar.” Pero, no es correcto sustituir un “bien real” por “un bien aparente” cuyos móviles son entre
otros: la ambición de poder o la obtención de recursos materiales. Surge
un relativismo moral reñido con las buenas costumbres y un escepticismo donde
“todo vale.”
Quien procede bien, honra su cordura con actos
que son como deben ser, tanto en sus
causas como en sus efectos. Es garante porque la responsabilidad es una
cualidad de la persona y una condición
de la conducta ética.
Quien no le teme ni
en su fuero íntimo ni socialmente a
la deshonra, es
un sin vergüenza.