“El corazón sereno encuentra puro todo cuanto
puede acontecer.”
(Rainer María Rilke. Praga 1875- Suiza
1926)
Esta
afirmación trasluce la personalidad
de quien manifiesta sus apreciaciones y condice con la frase, tantas
veces escuchada: “lo que vale es la intención.”
¿Sólo la intención?
Esta
pregunta dubitativa merece una reflexión y análisis.
La
conducta individual o social, pública o privada, depara sorpresas. Entonces,
es significativo lo atribuido a un refrán ruso: “todos tenemos derecho a equivocarnos pero la obligación de
corregirnos.” Es una valoración de los aciertos y errores, propios o ajenos.
El
proceder humano se vale de intenciones para
conquistar lo que desea. Intenta apoderarse de lo que amerita en sí
mismo bondad porque produce un “estar
bien,” un “bienestar” real que no ha de
ser aparente. Al caso se dice que: “las apariencias engañan.”
Si
la intención es buena, irreprochable, incorruptible, se suma a la finalidad a
conquistar que ha de ser de igual modo.
Pero, como “del dicho al hecho hay un largo
trecho,” ese camino por recorrer depende del medio a emplear, que también ha de ser bueno, como consecuencia coherente que disipa dudas y contradicciones.
El
proceder según la intención, el medio y
la finalidad, constituyen la tríada compacta del buen obrar. De ahí que no cabe la negación del principio que afirma:
“el fin no justifica los medios.” Lo contrario es atribuido al estadista Nicolás Maquiavelo. (1469-1527)
La
obtención de un fin, determinado por la intención, requiere de medios para
logarlo.
Si es
bueno el fin, exige que los medios a
emplear también lo sean, al igual que la intención, porque ella sola no es
suficiente para proceder bien. Explicación que
esclarece la duda: ¿Sólo la intención?